La revolución de los claveles
Para conmemorar el 50 aniversario de Abril, una imagen en panel de azulejos del mural «A Memória das Pedras» en Louriçal do Campo.

La mayoría de los portugueses vivían una vida marcada por la pobreza, la guerra y la censura. Las oportunidades eran mayores en el extranjero, pero la emigración era un proceso difícil. La falta de escolarización y de medios económicos hizo que muchos abandonaran el país clandestinamente o «a salto de mata». En el 50 aniversario del 25 de abril, recordamos a quienes buscaron una vida mejor más allá del territorio nacional.
Entre el frío y el hambre, en octubre de 1964, Manuel Dias Vaz tardó «23 días a pie» entre la aldea de Louriçal de Campo, en Castelo Branco, y la ciudad francesa de Lyon para escapar de la dictadura.
El portugués pagó «14 contos» -el valor de «una yunta de vacas»- por el viaje, que negoció lo más secretamente posible porque «en los pueblos había constantes denuncias, incluso dentro de las familias».
Antes de llegar a Francia, el portugués salió de su pueblo natal en taxi por la noche hasta la aldea de Aranhas, en el municipio de Penamacor, desde donde caminó durante cuatro días hasta cerca de Ciudad Rodrigo, en la provincia española de Salamanca, donde pasó otros dos días «esperando una furgoneta de ganado» que le llevó a Vitoria, en el País Vasco, y después pasó «ocho, nueve días» atravesando las montañas a pie en un «invierno terrible», con «30 centímetros de nieve en los Pirineos».
«Era miedo, frío y al mismo tiempo, digamos, hambre. Los contrabandistas nos daban un poco de chocolate, un poco de pan y bebíamos agua de los ríos. Pasamos dos o tres días en la montaña, en un patio abandonado, tuvimos que quemar las tablas que había para poner paja porque hacía mucho frío", recuerda, añadiendo que el "momento de felicidad" fue, otro día, cuando vio un rebaño de ovejas que permitió al grupo beber leche y acurrucarse al calor de los animales.
Como Manuel Dias Vaz, fueron miles los portugueses que, entre finales de los años 50 y principios de los 70, «saltaron» las fronteras para llegar a Francia, utilizando contrabandistas para guiarlos, custodios para guardar el dinero del viaje, transportistas y buscadores de personas dispuestas a emigrar, «una enorme red», en palabras de Marta Silva, investigadora del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad Nova de Lisboa.